Hasta ayer, Domingo de Ramos, los
actos de la Semana Mayor habían tenido características festivas. Ahora entramos
en un tiempo de dolor que es también preludio de un estrado glorioso: el
vencimiento de la muerte.
Quienes
frecuentemente rezan el Santo Rosario se habrán percatado que los días martes y
viernes se contemplan los Misterios Dolorosos y que el segundo de ellos es
denominado “la flagelación del Señor
atado a la columna”, estampa de la pasión de Jesús que es conmemorada hoy
Lunes Santo.
Son
los momentos que el Evangelio relata señalando que Cristo, traicionado y
abandonado, es conducido ante Poncio Pilatos, gobernador romano de Palestina,
sometiéndose al más truculento e injusto juicio que recuerde la humanidad.
Cristo
llegó al proceso plenamente consciente del plan del Padre. De hecho, El había
advertido que iría a Jerusalén a padecer, morir y resucitar. En la última cena
indicó a sus apóstoles que estaba muy cerca su fin. La humanidad necesita de un
Salvador y Jesús, en su “pasión
voluntariamente aceptada”, asumió ese rol y ahora es, sencillamente, un reo
que enfrenta la “justicia” de los hombres y lo hace armado de un argumento que
aún dos mil años después, sigue siendo irrebatible: el Amor.
Pilatos
no tenía dudas sobre la inocencia de Jesús, pero por cobardía y por
complacencias políticas circunstanciales cedió a las presiones de los
manipuladores de la opinión pública, y al odio de los sacerdotes judíos.
El teólogo Leonardo Boff, en su
bello libro “Viacrucis de la Justicia”,
aborda estos instantes del martirio del Hijo de Dios, diciendo: “Difamado, aislado, rechazado, amenazado y,
por último, condenado, Jesús no aceptó compromiso alguno para librarse de la
muerte. Se mantuvo fiel a Dios y a los hombres de buena voluntad… La pasión de
Jesús se prolongó en la pasión de nuestro sufrido pueblo. Por todas partes hay
sed de justicia, hambre de igualdad y ansia de fraternidad. Hay que crear las
condiciones sociales, económicas, políticas y pedagógicas más adecuadas para
concretar la justicia que llegue al mayor numero posible”.
En la
Catedral asuntina, donde la Semana Santa es un verdadero acontecimiento,
continúa el ajetreo, pues siempre hemos pensado que la Semana Mayor en la
capital neoespartana es un hecho –además de religioso- cultural, cuyos valores
fundamentales se transmiten de generación en generación.
En la
mañana: misa; en la tarde: confesiones y en la noche, a las siete, la procesión
de Jesús Atado a la Columna, la cual recorrerá el bulevar 5 de Julio, buena
parte de la calle Unión, la calle Lárez, un sector de la Virgen del Carmen,
para regresar a la Iglesia matriz cuando el reloj del vetusto campanario
indique 9 de la noche.
Hoy,
Lunes Santo, es una hermosa oportunidad para reflexionar en torno a un
fragmento de la bellísima carta del apóstol San Pablo a los Filipenses,
epístola que nos muestra a Jesús humilde y libre de toda prepotencia, a la cual
somos tan dados los humanos: Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo
alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la
condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre
cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte en la cruz.
El
juicio contra Jesús no fue contra el, sino contra lo que El representaba y
representa: el amor entre los hombres, todos hermanos.
Luis
Claude Fillion, un sacerdote de San Sulpicio, quien viviera entre 1843 y 1927,
produjo un libro que estudia la vida de Cristo a partir del contenido mismo de
la Escrituras Sagradas y el cual fue publicado en español bajo el título “Nuestro Señor Jesucristo según los
Evangelios”. Se trata de un texto de gran contenido exegético. En esas
páginas hemos encontrado un limpio y contundente relato sobre los aconteceres
que se recuerdan el Lunes Santo:
“La flagelación era un horrendo suplicio que
infringían unas veces como castigo solo y completo en sí mismo, y otras como
preludio de la crucifixión. Indudablemente, en el pensamiento del gobernador,
eso fue un nuevo expediente para librar a Jesús de la muerte, excitando la
conmiseración de la multitud. Después que lo desnudaron de medio cuerpo arriba,
el Maestro fue atado a una columna baja y quedó con la espalda bien inclinada
hacia el suelo. Luego su sagrada carne fue desgarrada con numerosos y fieros
golpes con látigos o ramales que la hicieron saltar en pedazos, mientras que la
sangre salía de las venas en abundancia. El numero de azotes no era fijo, y
muchas veces, para que el suplicio resultara más cruel y encarnizado todavía,
se sujetaban pedazos puntiagudos de hierro, de plomo, o de acero a los cordeles
o correas de cuero de que eran hechos los instrumentos de la flagelación. Así,
sucedía a veces que cuando los verdugos se paraban no tenían delante de sus
ojos sino un cadáver desfigurado”·.
Fue
un proceso que enfrentó al Hijo de dios con la iniquidad de la justicia. Pero
Jesús será siempre el modelo a imitar. El es hoy, como nunca, la verdad y el
camino, la luz y la vida.
Ojalá
así lo comprendamos en la lucha diaria por construir una sociedad más justa,
humana e igualitaria.
Cristo, con su bondad infinita,
bendecirá nuestras acciones.
Cristo, vivo siempre, será la
columna de la nueva aurora.