La llamada procesión del Silencio, que se cumple a las cuatro y media de la madrugada del Sábado Santo, es una de las más recientes incorporaciones a las singulares manifestaciones de fe que caracterizan la Semana Mayor asuntina.
            Efectivamente, a mediados del siglo XX, el recordado Padre Fray Agustín María Costa Serra, hizo traer de España una bellísima imagen de Nuestra Señora de las Angustias, recreación de la Virgen de la Piedad del inmortal Miguel Ángel que se encuentra en el Vaticano, expuesta como una de las más geniales creaciones de la escultura de todos los tiempos.
            La bella imagen nos recuerda lo que muchas veces le oímos a nuestro profesor del Historia del Arte, Tulio Álvarez Leal, en nuestros días de estudiante en el Liceo Rísquez: “En su tiempo Miguel Ángel, recibió múltiples críticas porque el rostro de su Virgen era el de una mujer demasiado joven para representar a la madre de Cristo ya adulto. Entonces el artista defendió su obra argumentando que las mujeres castas se mantienen más frescas que aquellas que no lo son y sobre todo si se  trata de una virgen que nunca ha sido rozada ni por el más ligero deseo lascivo.
            Por el peso y sus proporciones, la Virgen de las Angustias no puede ser llevada por los cargadores, de allí que el señalado párroco carmelita concibiera para ella una carroza especial, hecha sobre un chasis automotriz que requiere ser impulsado por tracción humana.
            La procesión sale desde la Catedral y realiza el mismo recorrido que ya cubrieron las imágenes correspondientes a los días anteriores.
            Un Vía Crucis se cumple entonces en las calles de la ciudad y en sus catorce estaciones se hacen las reflexiones de rigor y las oraciones colectivas como preparación de la Vigilia Pascual que antecederá al glorioso anuncio de la Resurrección del Señor.
            Hasta hace pocas décadas en esta peculiar procesión los hombres iban adelante y luego las mujeres, todos en absoluto silencio y profundo recogimiento, a paso marcado por el redoblante y la tuba.
            La jornada concluye a eso de las siete de la mañana y durante todo el día la ciudad aguarda expectante el supremo momento del Canto de Gloria que anunciará al mundo que Cristo ha vencido a la muerte y se han cumplido las Sagradas Escrituras.
            Durante la Vigilia Pascual los cristianos esperamos la resurrección del Señor y la Iglesia la celebra con sacramentos de la iniciación cristiana.
            El carácter nocturno de la Vigilia Pascual tiene especiales significados. A esta liturgia se le conoce como la solemnidad de las solemnidades.
            Veamos la estructura de tan hermosa y obligada celebración al caer el sol.
            “Después del lucernario y del pregón pascual, la Iglesia contempla las maravillas que dios ha hecho en favor de su pueblo desde los comienzos hasta que los renacidos por efecto del Bautismo son convidados a la mesa que el Señor ha preparado para sus hijos”.
            Estas celebraciones son tan rígidas que nadie –indistintamente de su jerarquía- está autorizado a cambiar el ritual previsto.
            En la primera parte la simbología gira alrededor de la liturgia de la luz, poniendo de relieve que Cristo es la luz del mundo.
            Esta parte se cumple con el templo iluminado solamente por el cirio pascual –que pasará en lenta procesión- trasmitiendo su fuego, poco a poco, a las velas que los fieles tienen en las manos, permaneciendo aún apagada la luz eléctrica.
            Luego el diacono proclama el pregón pascual, especie de himno o poema lírico que resume la historia de la salvación.
            La segunda parte está comprendida por la liturgia de la palabra, basada en lecturas de las Sagradas Escrituras que se refieren a momentos estelares de la salvación. Son nueve lecturas en total: siete del Antiguo Testamento y dos del Nuevo.
            Terminadas las lecturas del Antiguo Testamento, se canta el himno “Gloria a Dios”, se tocan las campanas que permanecieron en absoluto silencio durante los dos días anteriores. Sigue el anuncio de la Resurrección del Señor, con la lectura del Evangelio y se ofrece la homilía.
            Ya –en lo podríamos llamar una tercera parte- se hace la bendición del agua bautismal y se renuevan las promesas bautismales. Los fieles de pie, con las velas encendidas en sus manos, responden a los interrogantes y el oficiante, para recordar el bautismo hace la aspersión del agua bendita pasando por la nave central de la iglesia.
            Concluido todos estos rituales, se procede a la liturgia eucarística, el momento más solemne de la celebración.

            En La, Asunción es frecuente escuchar, entre efusivos abrazos, la exclamación: ¡Felices Pascuas de Resurrección hermano!