El tiempo de Dios es perfecto”, sentencia el saber divino y humano.
En las cosas atinentes al espíritu el tiempo tiene una dimensión diferente y hasta una distinta manera de medirlo.
Han concluido los carnavales y cesado los ruidos estridentes y los juegos multicolores. Las expresiones paganas quedan en receso para dar paso a una temporada que convoca al recogimiento espiritual, a la austeridad y a la reflexión.
Ha llegado la Cuaresma. Palabra que –como muchas otras de frecuente uso religioso- proviene del latín: quadragesima (cuadragésima). Período de cuarenta días consagrados a la penitencia y a la preparación para las fiestas de la pascua.
Los católicos tenemos a la Cuaresma como un tiempo que conmemora el lapso que Jesús pasó en el desierto antes de dar inicio a su vida pública.
Los padres claretianos han reflexionado sobre este tema diciendo: “Cuaresma no es tiempo para poner en la “vidriera” nuestra conducta, ayunos, largas oraciones ni para que otros se enteren que damos limosnas. Es tiempo de purificar la intención y practicar, ayunar, lo que Dios quiere de nosotros, compartiendo el pan y la justicia con otros, dando limosna en secreto y con una oración que rinda nuestros corazones a Dios, rompa nuestra voluntad y nuestro ego y nos situé ante nuestro Padre que quiere que vivamos en libertad de los hijos de Dios, ayudándonos unos a otros. Es tiempo de secretos entre Dios y nosotros, en amor”.

En honor a la verdad, la disciplina de la cuaresma, basada fundamentalmente en el ayuno y abstinencia de comer carne, se ha venido suavizando poco a poco, aún en comunidades de profunda tradición cristiana como La Asunción.
Los más viejos cuentan que acá los matarifes no solían llevar animales al sacrificio los días miércoles y viernes de Cuaresma. Nadie vendía ni consumía carnes dentro del lapso reservado al ayuno y a la abstinencia.
Son otros tiempos, dicen los más jóvenes, tratando de justificar la variación conductual -seguramente tienen razón- y hasta la Iglesia institucionalmente se ha venido adecuando a las nuevas realidades.
Durante los años que la parroquia estuvo bajo la conducción del padre Fray Agustín María Costa Serra, el carmelita que dirigió la espiritualidad asuntina por casi cincuenta años, se notaba un apego absoluto a la praxis más tradicional y todo intento de liberalización fue contundentemente rechazado.
El Vía Crucis, la antiquísima forma de rememorar los pasos de la pasión en 14 estaciones que recuerdan el suplicio de Cristo, era en La Asunción de entonces un ejercicio prácticamente obligatorio, tanto que las funciones del único cine existente sufrían un leve retardo en espera que terminara, los miércoles y viernes, el Vía Crucis en la vetusta iglesia.
Adorémoste Cristo y te bendecimos, porque con tu santa Cruz redimiste al mundo”, era la frase que repetíamos 14 veces visitando las estaciones adosadas a las gruesas paredes del
templo.




Otra práctica del tiempo cuaresmal que ha desaparecido es aquella de ocultar las imágenes veneradas en la iglesia, las cuales eran cubiertas con mantos de color morado durante esos cuarenta penitentes días, en los que además, no se admitían arreglos florales en los altares.
Como bien lo recuerda el cronista y poeta Ángel Félix Gómez Rodríguez: “Con el miércoles de Ceniza comienza la cuaresma, la que en Margarita siempre se ha caracterizado por el aumento de la velocidad del viento, lo que permite el juego infantil de remontar voladores. También es el tiempo escogido para otros juegos infantiles como el trompo y las metras, también llamadas pichas en Margarita y del otrora juego de adultos de echar cocos, es decir chocar cocos pelados hasta que uno de ellos se rompiera. El mismo juego podía realizarse con huevos, en vez de cocos”.
El tiempo de la Cuaresma es aprovechado por las diferentes familias que tienen a su cargo los adornos de las procesiones de Semana Santa; para seleccionar los tipos de flores que lucirán los mesones de cada imagen; los adornos tales como cenefas, luces, faldones, etc.

Dicho de otra forma: con el inicio de la Cuaresma comienza la laboriosa preparación de la esplendorosa Semana Santa Asuntina, considerada como un autentico suceso cultural y religioso.
LEOPOLDO ESPINOZA PRIETO