Hoy Miércoles Santo, la Semana
Mayor asuntina llega a su máximo esplendor. Una inmensa manifestación de fe se
congregará al lado de Jesús Nazareno. El pueblo quiere acompañar al Hijo de
Dios a llevar la pesada cruz en la cual habrá de ofrecer su sacrificio por la
redención del mundo. Hoy se concreta la apreciación del poeta Efraín Subero: “Las verdaderas fiestas de La Asunción
ocurren en la Semana Santa, La asunción es una ciudad de santos, santa. Yo no
sé de donde sacarán tantos santos, aunque si sé de donde sacan tantos rezos”.
Hoy
no será un día cualquiera en el acontecer silencioso de la capital de Nueva
Esparta. Desde que el sol sale en Matasiete, una movilización popular
absolutamente espontánea y fervorosa se hace sentir. Todos van a rendir tributo
y gratitud al Nazareno y a elevar a sus pies una plegaria por las buenas
intenciones de cada quien.
De
todo ello habla, con su maestría inalterable, el querido admirado profesor José
Marcano Rosas: “La procesión del
Miércoles Santo en La Asunción ocupa lugar preferente entre las hermosas
tradiciones del pueblo margariteño. Las caravanas de fieles vienen de los
distintos lugares de la isla a rendirle culto a Jesús Nazareno”.
Desde
los tiempos de la colonia, un torrente humano, remozado en cada generación, se
ha venido dando cita en la procesión en las angostas calles. En las manos
piadosas, las centellantes velas, los labios resecos y la vista puesta en el
rostro de la sagrada Imagen. En actitud devota, la multidinaria marejada va
hermanada por el milagro de la fe sencilla y pura.
A las
siete de la noche, como siempre, será imposible entrar a la Catedral pues para
esa hora está prevista la salida de la posesión. Lo pintó muy bien el recordado
maestro Julio Villarroel en su crónica: “Son
las siete de la noche y la imagen asoma por la puerta mayor. Un murmullo
colectivo de admiración se deja oír cuando se encienden tres reflectores que
iluminan el rostro del Nazareno, en el cual se conjugan dolor, amargura y
piedad, pero toda esa conjunción lo hace divinamente hermoso”.
Algunas
costumbres han sido suprimidas en las conmemoraciones propias del Miércoles
Santo asuntino. Entre las más relevantes la entrega del preso del Nazareno, la
cual perduró mientras la cárcel de Margarita funcionó en el inmueble que ahora
ocupa el Museo Nueva Cádiz y que fuera, en tiempos de la colonia Sala
Capitular, sede del Ayuntamiento.
Esa
cárcel hubo de ser cerrada por falta de presos en aquella Margarita plácida que
infortunadamente se nos ha ido en aras de un falso desarrollo.
Tampoco
existe ahora la imagen del Cirineo, que según cuentan los mayores, acompañaba
al Nazareno desde el sitio del Encuentro hasta su entrada al viejo templo.
El
Nazareno que procesiona en La Asunción está entre nosotros desde 1904, cuando
fue sustituida la imagen que los españoles trajeron a la Isla (ver anexos).
Lo
sublime de esta conmemoración lo constituye el encuentro de Jesús con su madre,
la Santísima Virgen, la Magdalena y San Juan; imágenes que han salido en
sentido contrario a la ruta del Nazareno. Frente a la casa de la familia Lárez
Villarroel, ubicada cerca de la residencia oficial de los gobernadores se
detendrán los cargadores y un sacerdote hará una reflexión en torno al
significado de la Pasión de Jesús. Concluido el acto, las cuatro imágenes
continuaran en el recorrido para llegar al tempo cuando sean exactamente las
doce de la noche.
Gordon
Thomas, quien no es un teólogo sino un escritor sobre temas relativos a
investigaciones de inteligencia, de cuyos libros se han vendido más de 45
millones de ejemplares, se atrevió a escribir un texto, bajo el título “El
Juicio, la vida y crucifixión inevitable de Jesús. Thomas anota:
“El oficial ordenó a los hombres que
desmontasen la cruz, hecha de dos maderos toscamente tallados. El tronco
vertical tenía una longitud de diez codos, es decir, unos cuatro metros y
medio. Los dos juntos pesaban alrededor de ciento treinta y cinco kilos, un
peso que ni siquiera un hombre en buenas condiciones físicas habría podido
llevar hasta el Gólgota, y una hazaña imposible para alguien que había sido
terriblemente debilitado por la flagelación. El patibulum, el travesaño
pesaba más de veintidós kilos”.
Lo
evoca -con su delicado estilo- “Felito” Gómez: “A las doce en punto el Nazareno y su cortejo entran en la iglesia.
Poco a poco la gente se retira a sus hogares. Acongojados, con el corazón
apretado y los ojos humedecidos. Un silencio de siglos comienza a arropar a la
colonial ciudad de La Asunción. ¡Hasta el año que viene!. Es la promesa formal.
Palabras del pueblo escritas en la memoria de la Ciudad”.
No
queremos cerrar estas notas sobre el Miércoles Santo asuntino sin reseñar un
acto singularísimo conoció bajo el nombre del “Robo del Santo Sepulcro” y el cual no esta referido en ningún programa
religioso impreso:
“La procesión del Nazareno llega al cruce de
la calle Virgen del Carmen con la Plaza Bolívar, justamente cuando son las once
y quince de la noche, mientras el mesón gira frente a la vieja casa parroquial
del Padre Agustín, en la Catedral ocurre una acto impar que nada tiene que ver
con lo litúrgico pero si mucho con lo popular: El robo del Sepulcro. Un grupo
de cargadores saca –sin formalidad
alguna- el sepulcro para llevarlo hasta el viejo convento San Francisco (hoy
Palacio Legislativo) donde será depositado para su majestuoso arreglo. Ya la
tapa del Santo Cofre ha sido llevada hasta la casa de la familia Espinoza
Prieto, encargada por más de un siglo de adornar el Santo Sepulcro asuntino”.
Una
algarabía se escucha en las tres cuadras del Bulevar 5 de Julio. Son los
muchachos del pueblo –y algunos ya no tan muchachos- que gritan ¡ladrones,
ladrones! Y lanzan bolas de papel y otros objetos que hacen molestar a los
cargadores, quienes a paso apresurado realizan su cometido.
En Venezuela
existe una trilogía nazarena de afamadas devociones: La imagen caraqueña
conocida como el Nazareno de San Pablo, hermosamente cantada por el poeta
Andrés Eloy Blanco en su celebrado poema “El Limonero del Señor”; el Nazareno
de Achaguas (Apure), regalado a esa población por el General José Antonio Páez,
como pago de una promesa hecha por el valiente lancero, y el Nazareno asuntino
en sus dos vertientes: El Viejo, celosamente cuidado por los Espinoza y el
nuevo que congrega en las calles de la capital neoespartana, miles de personas
en piadosa procesión.