En mayo de 1977 los responsables del programa Viking de exploración marciana de la NASA daban por concluidos los análisis biológicos del suelo y la atmósfera del planeta rojo. Tras meses de estudio de los datos obtenidos, la conclusión oficial de la NASA fue que en Marte no había vida, pero aún hoy hay voces discordantes.
En 2016, el que fuera responsable de unos de los experimentos realizados por las Viking, Gilbert Levin, publicó junto con la bióloga Patricia Ann Straat un impactante artículo en la revista Astrobiology. En él, defiende lo que ha venido sosteniendo estas últimas décadas: las pruebas experimentales de las Viking apuntan que en la superficie del planeta rojo existen microorganismos capaces de sobrevivir en las duras condiciones del medioambiente marciano. 
Para ambos, Marte es un mundo con vida, una idea que hoy solo comparte un reducido grupo de científicos.
Ya en 2006, un equipo de investigadores dirigido por el químico y biólogo mexicano Rafael Navarro González demostró que la sensibilidad de uno de los dispositivos, que tenía por objeto dar con compuestos orgánicos y que no detectó nada, era varios órdenes de magnitud más baja de lo que se pensaba. De hecho, este instrumento llegó a declarar estéril una muestra recogida en la Antártida en la que los análisis posteriores demostraron la presencia de materia orgánica. 
Otros ingenios fueron igualmente incapaces de detectar desde microbios termoacidófilos, capaces de sobrevivir en entornos ácidos a temperaturas de más de 60 ºC, hasta otros que pueden soportar temperaturas muy por debajo de cero.
Los experimentos de las Viking se diseñaron para buscar formas vida a partir de los conocimientos de los años 60 y 70, pero no fue hasta principios de los 80 cuando se descubrió un tipo de microorganismos que podían vivir en las condiciones menos amables: los extremófilos. Así, puede que, sencillamente, no supiéramos bien qué buscar en Marte.